Rozo con los dedos los bordes de la luz.
Erquida, de puntillas.
Me estiro al máximo.
Casi noto su calidez en mis yemas,
saboreo su dulzura en cada fibra.
Pero ayer volví a caer por tu escalera,
volví a rodar los peldaños del hastío,
cegué con desidia la pequeña esperanza
de saber respirar tu corazón y el mío.
(...)
Hoy toca retomar el ascenso de nuevo,
aunque ninguno llevemos alas de ángel.
Y paso a paso, los pies desnudos
recorrerán el camino acostumbrado.
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