Hay días en que el alma se encoge
y se repliega sobre sí misma.
Dulces y amargos al tiempo,
como un bombón de licor barato comido a ciegas
que te deja un sabor espeso
después de engañarte con el chocolate.
Pero incluso a pesar de que nos toque
el relleno de mazapán
el relleno de coco
o el relleno de brandy
hay que paladearlos
como si fuese a asaltarnos una diabetes súbita
y fuese el último que podremos comer.
Porque tarde o temprano
aunque sólo sea por estadística
nos tocará el de trufa.
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